
𝘌𝘭 𝘦𝘴𝘤𝘳𝘪𝘵𝘰𝘳 𝘔𝘢𝘳𝘪𝘰 𝘝𝘢𝘳𝘨𝘢𝘴 𝘓𝘭𝘰𝘴𝘢 𝘧𝘢𝘭𝘭𝘦𝘤𝘪ó 𝘦𝘴𝘵𝘦 𝘥𝘰𝘮𝘪𝘯𝘨𝘰 13 𝘥𝘦 𝘢𝘣𝘳𝘪𝘭 𝘦𝘯 𝘓𝘪𝘮𝘢, 𝘢 𝘭𝘰𝘴 89 𝘢ñ𝘰𝘴. 𝘚𝘶 𝘧𝘢𝘮𝘪𝘭𝘪𝘢 𝘪𝘯𝘧𝘰𝘳𝘮ó 𝘲𝘶𝘦, 𝘤𝘰𝘯𝘧𝘰𝘳𝘮𝘦 𝘢 𝘴𝘶 𝘷𝘰𝘭𝘶𝘯𝘵𝘢𝘥, 𝘯𝘰 𝘩𝘢𝘣𝘳á 𝘤𝘦𝘳𝘦𝘮𝘰𝘯𝘪𝘢𝘴 𝘱ú𝘣𝘭𝘪𝘤𝘢𝘴 𝘺 𝘴𝘶𝘴 𝘳𝘦𝘴𝘵𝘰𝘴 𝘴𝘦𝘳á𝘯 𝘪𝘯𝘤𝘪𝘯𝘦𝘳𝘢𝘥𝘰𝘴. 𝘊𝘰𝘯 é𝘭 𝘥𝘦𝘴𝘢𝘱𝘢𝘳𝘦𝘤𝘦 𝘯𝘰 𝘴ó𝘭𝘰 𝘶𝘯𝘰 𝘥𝘦 𝘭𝘰𝘴 𝘱𝘪𝘭𝘢𝘳𝘦𝘴 𝘥𝘦𝘭 𝘭𝘭𝘢𝘮𝘢𝘥𝘰 𝘉𝘰𝘰𝘮 𝘭𝘢𝘵𝘪𝘯𝘰𝘢𝘮𝘦𝘳𝘪𝘤𝘢𝘯𝘰, 𝘴𝘪𝘯𝘰 𝘶𝘯𝘢 𝘥𝘦 𝘭𝘢𝘴 𝘷𝘰𝘤𝘦𝘴 𝘮á𝘴 𝘭ú𝘤𝘪𝘥𝘢𝘴, 𝘱𝘳𝘰𝘷𝘰𝘤𝘢𝘥𝘰𝘳𝘢𝘴 𝘺 𝘱𝘳𝘰𝘭í𝘧𝘪𝘤𝘢𝘴 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘭𝘪𝘵𝘦𝘳𝘢𝘵𝘶𝘳𝘢 𝘦𝘯 𝘭𝘦𝘯𝘨𝘶𝘢 𝘦𝘴𝘱𝘢ñ𝘰𝘭𝘢 𝘥𝘦𝘭 ú𝘭𝘵𝘪𝘮𝘰 𝘴𝘪𝘨𝘭𝘰. 𝘈𝘶𝘵𝘰𝘳 𝘥𝘦 𝘯𝘰𝘷𝘦𝘭𝘢𝘴 𝘧𝘶𝘯𝘥𝘢𝘮𝘦𝘯𝘵𝘢𝘭𝘦𝘴 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘓𝘢 𝘤𝘪𝘶𝘥𝘢𝘥 𝘺 𝘭𝘰𝘴 𝘱𝘦𝘳𝘳𝘰𝘴, 𝘊𝘰𝘯𝘷𝘦𝘳𝘴𝘢𝘤𝘪ó𝘯 𝘦𝘯 𝘓𝘢 𝘊𝘢𝘵𝘦𝘥𝘳𝘢𝘭 𝘰 𝘓𝘢 𝘧𝘪𝘦𝘴𝘵𝘢 𝘥𝘦𝘭 𝘊𝘩𝘪𝘷𝘰, 𝘝𝘢𝘳𝘨𝘢𝘴 𝘓𝘭𝘰𝘴𝘢 𝘧𝘶𝘦 𝘵𝘢𝘮𝘣𝘪é𝘯 𝘶𝘯 𝘦𝘯𝘴𝘢𝘺𝘪𝘴𝘵𝘢 𝘧𝘰𝘳𝘮𝘪𝘥𝘢𝘣𝘭𝘦, 𝘶𝘯 𝘱𝘰𝘭𝘦𝘮𝘪𝘴𝘵𝘢 𝘪𝘯𝘤𝘢𝘯𝘴𝘢𝘣𝘭𝘦 𝘺 𝘶𝘯 𝘪𝘯𝘵𝘦𝘭𝘦𝘤𝘵𝘶𝘢𝘭 𝘲𝘶𝘦, 𝘢 𝘥𝘪𝘧𝘦𝘳𝘦𝘯𝘤𝘪𝘢 𝘥𝘦 𝘰𝘵𝘳𝘰𝘴, 𝘯𝘰 𝘴𝘦 𝘳𝘦𝘱𝘭𝘦𝘨ó 𝘯𝘶𝘯𝘤𝘢 𝘦𝘯 𝘭𝘢 𝘤𝘰𝘮𝘰𝘥𝘪𝘥𝘢𝘥 𝘥𝘦𝘭 𝘤𝘢𝘯𝘰𝘯. 𝘙𝘦𝘤𝘪𝘣𝘪ó 𝘦𝘭 𝘗𝘳𝘦𝘮𝘪𝘰 𝘕𝘰𝘣𝘦𝘭 𝘥𝘦 𝘓𝘪𝘵𝘦𝘳𝘢𝘵𝘶𝘳𝘢 𝘦𝘯 2010 𝘱𝘰𝘳 𝘩𝘢𝘣𝘦𝘳 𝘵𝘳𝘢𝘻𝘢𝘥𝘰 —𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘥𝘦𝘧𝘪𝘯𝘪ó 𝘭𝘢 𝘈𝘤𝘢𝘥𝘦𝘮𝘪𝘢 𝘚𝘶𝘦𝘤𝘢— “𝘶𝘯𝘢 𝘤𝘢𝘳𝘵𝘰𝘨𝘳𝘢𝘧í𝘢 𝘥𝘦 𝘭𝘢𝘴 𝘦𝘴𝘵𝘳𝘶𝘤𝘵𝘶𝘳𝘢𝘴 𝘥𝘦𝘭 𝘱𝘰𝘥𝘦𝘳 𝘺 𝘴𝘶𝘴 𝘪𝘮á𝘨𝘦𝘯𝘦𝘴 𝘮𝘰𝘳𝘥𝘢𝘤𝘦𝘴 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘳𝘦𝘴𝘪𝘴𝘵𝘦𝘯𝘤𝘪𝘢 𝘥𝘦𝘭 𝘪𝘯𝘥𝘪𝘷𝘪𝘥𝘶𝘰, 𝘴𝘶 𝘳𝘦𝘣𝘦𝘭𝘪ó𝘯 𝘺 𝘴𝘶 𝘥𝘦𝘳𝘳𝘰𝘵𝘢”.
𝘏𝘢𝘤𝘦 𝘥𝘰𝘴 𝘢ñ𝘰𝘴, 𝘤𝘶𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘝𝘢𝘳𝘨𝘢𝘴 𝘓𝘭𝘰𝘴𝘢 𝘢𝘯𝘶𝘯𝘤𝘪ó 𝘴𝘶 𝘳𝘦𝘵𝘪𝘳𝘰 𝘥𝘦 𝘌𝘭 𝘗𝘢í𝘴, 𝘦𝘴𝘤𝘳𝘪𝘣í 𝘶𝘯 𝘵𝘦𝘹𝘵𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘩𝘰𝘺, 𝘢𝘯𝘵𝘦 𝘴𝘶 𝘱𝘢𝘳𝘵𝘪𝘥𝘢 𝘥𝘦𝘧𝘪𝘯𝘪𝘵𝘪𝘷𝘢, 𝘷𝘶𝘦𝘭𝘷𝘦 𝘢 𝘤𝘰𝘣𝘳𝘢𝘳 𝘴𝘦𝘯𝘵𝘪𝘥𝘰 𝘺 𝘦𝘮𝘰𝘤𝘪ó𝘯. 𝘓𝘰 𝘦𝘴𝘤𝘳𝘪𝘣í 𝘦𝘯𝘵𝘰𝘯𝘤𝘦𝘴 𝘤𝘰𝘯 𝘭𝘢 𝘪𝘯𝘵𝘦𝘯𝘤𝘪ó𝘯 𝘥𝘦 𝘳𝘦𝘯𝘥𝘪𝘳 𝘩𝘰𝘮𝘦𝘯𝘢𝘫𝘦 𝘢 𝘴𝘶 𝘭𝘦𝘨𝘢𝘥𝘰 𝘪𝘯𝘵𝘦𝘭𝘦𝘤𝘵𝘶𝘢𝘭 𝘺 𝘭𝘪𝘵𝘦𝘳𝘢𝘳𝘪𝘰, 𝘺 𝘵𝘢𝘮𝘣𝘪é𝘯 𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘢𝘳 𝘶𝘯𝘢 𝘢𝘯é𝘤𝘥𝘰𝘵𝘢 𝘱𝘦𝘳𝘴𝘰𝘯𝘢𝘭 𝘲𝘶𝘦 𝘮𝘦 𝘮𝘢𝘳𝘤ó 𝘱𝘳𝘰𝘧𝘶𝘯𝘥𝘢𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦: 𝘶𝘯 𝘦𝘯𝘤𝘶𝘦𝘯𝘵𝘳𝘰 𝘤𝘢𝘴𝘪 𝘤𝘰𝘯𝘴𝘶𝘮𝘢𝘥𝘰 𝘤𝘰𝘯 é𝘭 𝘦𝘯 𝘔𝘢𝘯𝘢𝘨𝘶𝘢, 𝘩𝘢𝘤𝘦 𝘤𝘶𝘢𝘵𝘳𝘰 𝘥é𝘤𝘢𝘥𝘢𝘴, 𝘧𝘳𝘶𝘴𝘵𝘳𝘢𝘥𝘰 𝘱𝘰𝘳 𝘭𝘢 𝘭𝘰𝘨í𝘴𝘵𝘪𝘤𝘢 𝘥𝘦 𝘶𝘯 𝘷𝘶𝘦𝘭𝘰 𝘺 𝘭𝘢 𝘱𝘳𝘦𝘤𝘢𝘳𝘪𝘦𝘥𝘢𝘥 𝘤𝘰𝘯 𝘭𝘢 𝘲𝘶𝘦 𝘭𝘰𝘴 𝘱𝘦𝘳𝘪𝘰𝘥𝘪𝘴𝘵𝘢𝘴 𝘵𝘳𝘢𝘣𝘢𝘫á𝘣𝘢𝘮𝘰𝘴 𝘦𝘯 𝘢𝘲𝘶𝘦𝘭𝘭𝘢𝘴 𝘤𝘰𝘣𝘦𝘳𝘵𝘶𝘳𝘢𝘴 𝘪𝘯𝘵𝘦𝘳𝘯𝘢𝘤𝘪𝘰𝘯𝘢𝘭𝘦𝘴. 𝘈𝘲𝘶𝘦𝘭 𝘥𝘦𝘴𝘢𝘺𝘶𝘯𝘰 𝘱𝘳𝘰𝘮𝘦𝘵𝘪𝘥𝘰 𝘺 𝘯𝘰 𝘳𝘦𝘢𝘭𝘪𝘻𝘢𝘥𝘰 𝘴𝘦 𝘤𝘰𝘯𝘷𝘪𝘳𝘵𝘪ó 𝘦𝘯 𝘶𝘯𝘢 𝘦𝘴𝘤𝘦𝘯𝘢 𝘲𝘶𝘦 𝘢ú𝘯 𝘤𝘰𝘯𝘴𝘦𝘳𝘷𝘰 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘦𝘮𝘣𝘭𝘦𝘮𝘢 𝘥𝘦 𝘶𝘯𝘢 𝘰𝘱𝘰𝘳𝘵𝘶𝘯𝘪𝘥𝘢𝘥 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘧𝘶𝘦, 𝘱𝘦𝘳𝘰 𝘲𝘶𝘦, 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘵𝘢𝘯𝘵𝘢𝘴 𝘦𝘯 𝘭𝘢 𝘷𝘪𝘥𝘢 𝘥𝘦 𝘭𝘰𝘴 𝘳𝘦𝘱𝘰𝘳𝘵𝘦𝘳𝘰𝘴, 𝘩𝘢 𝘴𝘢𝘣𝘪𝘥𝘰 𝘵𝘳𝘢𝘯𝘴𝘧𝘰𝘳𝘮𝘢𝘳𝘴𝘦 𝘦𝘯 𝘪𝘯𝘴𝘱𝘪𝘳𝘢𝘤𝘪ó𝘯. 𝘚𝘶 𝘮𝘶𝘦𝘳𝘵𝘦 𝘤𝘪𝘦𝘳𝘳𝘢 𝘶𝘯 𝘤𝘪𝘤𝘭𝘰. 𝘚𝘶 𝘰𝘣𝘳𝘢, 𝘦𝘯 𝘤𝘢𝘮𝘣𝘪𝘰, 𝘴𝘦𝘨𝘶𝘪𝘳á 𝘢𝘣𝘳𝘪é𝘯𝘥𝘰𝘭𝘰𝘴.
𝗠𝗔𝗥𝗜𝗢 𝗩𝗔𝗥𝗚𝗔𝗦 𝗟𝗟𝗢𝗦𝗔, 𝗔𝗗𝗜Ó𝗦 𝗔 𝗘𝗟 𝗣𝗔Í𝗦; 𝗦𝗨 𝗜𝗠𝗣𝗘𝗥𝗘𝗖𝗘𝗗𝗘𝗥𝗢 𝗟𝗘𝗚𝗔𝗗𝗢
𝗦𝘂 𝗵𝘂𝗲𝗹𝗹𝗮 𝗲𝗻 𝗹𝗮 𝗹𝗶𝘁𝗲𝗿𝗮𝘁𝘂𝗿𝗮, 𝗲𝗹 𝗽𝗲𝗿𝗶𝗼𝗱𝗶𝘀𝗺𝗼 𝘆 𝗹𝗮 𝗽𝗼𝗹í𝘁𝗶𝗰𝗮; 𝗲𝗹 𝗿𝗲𝗰𝘂𝗲𝗻𝘁𝗼 𝗱𝗲 𝘂𝗻𝗮 𝘁𝗿𝗮𝘆𝗲𝗰𝘁𝗼𝗿𝗶𝗮 𝗲𝗺𝗯𝗹𝗲𝗺á𝘁𝗶𝗰𝗮
Mario Vargas Llosa ha tenido una monumental influencia en el periodismo y la literatura. Con su despedida como columnista del diario español El País, se cierra un capítulo importante en el periodismo y deja tras de sí un legado de integridad, compromiso con la verdad y una influencia duradera en las generaciones futuras de escritores y periodistas. En este texto comparto un recuerdo personal: un encuentro planeado, pero no realizado con él, en Managua hace casi 40 años, representativo de una oportunidad perdida que sigue siendo fuente de inspiración. Se examina su trayectoria desde sus inicios hasta su consagración como laureado Nobel y se destaca su rol crucial en el Boom Latinoamericano, su innovación narrativa y su habilidad para entrelazar la realidad política con la literatura.
Con pesar me he enterado del retiro de Mario Vargas Llosa como columnista de 𝘌𝘭 𝘗𝘢í𝘴 No puedo negarlo: me ha invadido una sensación de melancolía y reflexión, por su estatus como figura emblemática del periodismo y la literatura contemporánea mundial, por su significado en Hispanoamérica —pieza en la que encaja también mi admirado Sergio Ramírez Mercado, cuyo talento merece, en mi opinión, ser igualmente honrado con el Premio Nobel de Literatura y espero en algún momento sea reconocido también con este máximo galardón—, y especialmente por su voz crítica y esencial en el periodismo.
Sus columnas, impregnadas de agudeza intelectual y una profunda comprensión de la realidad social y política, han sido para mí, y para millones de sus lectores, una ventana hacia la lucidez y el pensamiento crítico. Este adiós a sus colaboraciones en 𝘌𝘭 𝘗𝘢í𝘴 marca no únicamente el fin de un ciclo en el que sus palabras eran una cita ineludible en nuestras lecturas dominicales, sino también el cierre de un capítulo significativo en el periodismo de opinión.
En los efervescentes años 80, a finales de ellos —durante la Nicaragua Revolucionaria liderada por el entonces idealista y luchador Daniel Ortega, no el sátrapa en que hoy se ha convertido, y por el propio Sergio Ramírez, quien fue designado vicepresidente—, tuve la fortuna de encontrarme personalmente con Mario Vargas Llosa. En aquel entonces, yo me hallaba en Managua como enviado especial del diario mexicano 𝘜𝘯𝘰𝘮á𝘴𝘜𝘯𝘰, dirigido por Manuel Becerra Acosta.
A punto de retornar a México al día siguiente, en el primer vuelo, luego de casi seis o siete semanas en esa nación centroamericana, me vi entonces envuelto en una corriente donde confluyeron política, periodismo y literatura.
A invitación de un selecto grupo de amigos, periodistas y escritores, cercanos al círculo nicaragüense, nos reunimos en un salón, para una charla off the record, sólo con propósitos de convivencia, teniendo como invitados especiales a destacados literatos, entre ellos a Vargas Llosa. Me tocó sentarme muy cerca, a unos dos o tres lugares de donde se hallaba, en una mesa larga y rectangular.
Con la sinceridad y el arrojo o desenfado que debe caracterizar a los periodistas en busca de una gran historia o el mejor reportaje, al concluir el convivio aproveché la oportunidad para aproximarme a él. Le propuse una entrevista para esa misma tarde. Su respuesta me tomó por sorpresa:
—Claro que sí, pero tengo una idea mejor, ¿por qué no desayunamos mañana en mi hotel y ahí conversamos? Te veo a las nueve en punto —me dijo y me dio el nombre y el número de su habitación, mientras afable me estrechaba la mano, sin darme tiempo de argumentar.
—Gracias, le respondí un tanto preocupado, porque la realidad de un periodista en campo, a menudo se ve marcada por limitaciones presupuestarias. Con los recursos ya agotados y un boleto de avión entonces inamovible —un vuelo muy temprano hacia México al día siguiente, en 𝘈𝘦𝘳𝘰𝘯𝘪𝘤𝘢, desde el aeropuerto internacional Augusto César Sandino—, mi esperanza de desayunar con Vargas Llosa pendía de un hilo y de la voluntad o humor de quien me atendiera en la aerolínea, para intentar buscar un pasaje más tarde y al menor costo posible. No lo logré, a pesar de múltiples esfuerzos.
Mi optimismo inicial por haber contactado y obtenido la aprobación de una entrevista con uno de los más grandes exponentes de la literatura mundial, se desvaneció como un eco en un valle profundo, difuminándose gradualmente en el vasto silencio de la oportunidad perdida. Con pesar, tuve que comunicarme con él para cancelar nuestra cita. Su respuesta al teléfono fue generosa y comprensiva:
—No te preocupes, siempre habrá una oportunidad para que más adelante podamos platicar —me confortó Vargas Llosa.
Esa entrevista pendiente se ha convertido en una especie de leyenda personal, un recuerdo que resurge cada vez que he tenido el privilegio de verlo, a la distancia, en eventos literarios tumultuosos y no he podido compartir esos segundos necesarios, para recordarle la anécdota de aquella entrevista-desayuno no consumada.
Prácticamente tengo casi todas sus obras —algunas primeras ediciones como 𝘊𝘰𝘯𝘷𝘦𝘳𝘴𝘢𝘤𝘪ó𝘯 𝘦𝘯 𝘭𝘢 𝘊𝘢𝘵𝘦𝘥𝘳𝘢𝘭, de la cual ha asegurado que “ninguna otra me ha dado tanto trabajo; por eso, si tuviera que salvar del fuego una sola de las que he escrito, salvaría ésta”— y mi admiración por Mario Vargas Llosa se extiende más allá de lo personal, como lo ha sido, insisto, mi amistad con Sergio Ramírez o el vínculo literario muy especial con el desaparecido novelista mexicano Luis Spota.
También tengo amigos periodistas, literatos y cineastas que son fervientes seguidores de su obra. Recuerdo, por ejemplo, mis recientes conversaciones con el brillante cronista Rafael Cardona y con Álvaro Covacevich, el destacado paisajista, arquitecto y cineasta chileno, quien conserva con gran celo el guion escrito por Vargas Llosa, su amigo, para su película-documental 𝘓𝘢 𝘰𝘥𝘪𝘴𝘦𝘢 𝘥𝘦 𝘭𝘰𝘴 𝘈𝘯𝘥𝘦𝘴 (1976), basada el trágico accidente aéreo de 1972, en el que un avión con un equipo uruguayo de rugby a bordo se estrelló en la implacable y remota Cordillera andina.
La narrativa se enfoca en la desesperada lucha por sobrevivir de los pasajeros y tripulantes, quienes se encontraron atrapados en un entorno hostil y aislados del mundo. Durante 72 días, en medio de un frío glacial, con reservas de alimentos inexistentes y el constante peligro de avalanchas, los sobrevivientes se enfrentaron a pruebas que desafiaron los límites de su resistencia y humanidad.
El aspecto más impactante y debatido de esta historia fue la extrema medida tomada por los sobrevivientes, de alimentarse con los cuerpos de los fallecidos en el accidente, para mantenerse con vida. Esta decisión, marcada por la urgencia y la necesidad, atrajo la atención mundial y generó un intenso debate ético tras su eventual rescate.
Ese texto de Vargas Llosa, escrito a mano en Cuernavaca —en casa de Lupe Marín, ex esposa del pintor Diego Rivera—, sobre las hojas pálidas y verdosas con orificios a los costados, de un pliego continuo de papel que usaban las impresoras de los años 70, es un tesoro que Covacevich conserva consigo.
Hoy, el saber que ha anunciado su despedida de su columna en el diario 𝘌𝘭 𝘗𝘢í𝘴, revive en mí el recuerdo de esa entrevista pendiente, ese diálogo que ha permanecido en el limbo de mis deseos periodísticos y que, al paso del tiempo, se presenta como un objetivo aún más elusivo.
𝗔𝘂𝘁𝗼𝗿 𝘀𝗶𝗴𝗻𝗶𝗳𝗶𝗰𝗮𝘁𝗶𝘃𝗼 𝘆 𝘁𝗮𝗹𝗲𝗻𝘁𝗼𝘀𝗼
Jorge Mario Pedro Vargas Llosa (Arequipa, 28 de marzo de 1936), como es su nombre completo, cumplirá 88 años el año próximo. Sin duda una figura icónica en la literatura mundial, conocido por su habilidad narrativa y su aguda crítica social. Autor de 𝘓𝘢 𝘤𝘪𝘶𝘥𝘢𝘥 𝘺 𝘭𝘰𝘴 𝘱𝘦𝘳𝘳𝘰𝘴, su primera novela, criticó ferozmente a la sociedad peruana y a las instituciones militares, siendo alabada por su realismo y complejidad.
Su innovación narrativa es patente en 𝘊𝘰𝘯𝘷𝘦𝘳𝘴𝘢𝘤𝘪ó𝘯 𝘦𝘯 𝘓𝘢 𝘊𝘢𝘵𝘦𝘥𝘳𝘢𝘭, considerada una de las novelas más importantes de la literatura latinoamericana a pesar de su complicada estructura. Harold Bloom, influyente crítico literario y académico estadounidense, distinguido por sus extensos trabajos y su defensa apasionada de la literatura occidental —muy conocido también por sus críticas directas y muchas veces severas—, destacó su aporte a la literatura política, explorando las «enfermedades políticas de América Latina».
Bloom apreciaba especialmente la habilidad de Vargas Llosa y su uso del lenguaje. Admiraba cómo él podía combinar la narrativa tradicional con técnicas innovadoras, lo que en su opinión elevaba sus novelas a un nivel de gran arte literario. Además, elogió su versatilidad temática, porque tenía talento para abordar en sus obras desde la política hasta temas personales y sociales, y lo consideraba como un autor significativo y talentoso, cuya obra merecía ser incluida en el diálogo sobre los grandes escritores de la literatura occidental.
No se equivocó: al tiempo Vargas Llosa fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 2010. La Academia Sueca le otorgó este prestigioso reconocimiento por su «cartografía de las estructuras del poder y sus imágenes mordaces de la resistencia del individuo, su rebelión y su derrota». Este premio fue una retribución a su larga y destacada carrera como uno de los escritores más influyentes de América Latina y un importante contribuyente a la literatura mundial.
En obras como 𝘓𝘢 𝘨𝘶𝘦𝘳𝘳𝘢 𝘥𝘦𝘭 𝘧𝘪𝘯 𝘥𝘦𝘭 𝘮𝘶𝘯𝘥𝘰, Vargas Llosa abordó conflictos históricos, reflejando la identidad y los desafíos de la región latinoamericana y a diferencia de García Márquez, él se enfocó en el realismo urbano, una distinción que la crítica literaria ha resaltado. 𝘓𝘢 𝘵í𝘢 𝘑𝘶𝘭𝘪𝘢 𝘺 𝘦𝘭 𝘦𝘴𝘤𝘳𝘪𝘣𝘪𝘥𝘰𝘳, publicada en 1977, una obra autobiográfica, muestra su habilidad para entrelazar la vida personal con la ficción. La historia se centra en la relación entre él, 𝘝𝘢𝘳𝘨𝘶𝘪𝘵𝘢𝘴, un joven aspirante a escritor, y Julia (Urquidi), su tía política. La novela mezcla elementos autobiográficos con ficción, ofreciendo una narrativa entretenida y compleja.
En 1983, ella publicó 𝘓𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘝𝘢𝘳𝘨𝘶𝘪𝘵𝘢𝘴 𝘯𝘰 𝘥𝘪𝘫𝘰, un libro que es una respuesta autobiográfica a la representación que él hizo de su relación, pero, no obstante, tampoco se trata de una obra de ficción como la novela de Vargas Llosa, sino más bien un relato personal y una respuesta a su representación en la obra del autor.
Julia Urquidi relató su vida antes de conocer a Vargas Llosa, ofreciendo un contrapunto a la imagen de ella presentada en 𝘓𝘢 𝘵í𝘢 𝘑𝘶𝘭𝘪𝘢 𝘺 𝘦𝘭 𝘦𝘴𝘤𝘳𝘪𝘣𝘪𝘥𝘰𝘳. Describió su juventud, sus sueños y aspiraciones, y cómo estos se vieron influenciados y a menudo eclipsados por su relación con el entonces joven escritor. Ella ofreció una crítica sincera a la manera en que fue retratada por Vargas Llosa y desafió su narrativa, presentándose no sólo como un personaje su vida, sino como una persona completa, con su propia historia y perspectivas.
𝗣𝗶𝗹𝗮𝗿 𝗱𝗲𝗹 𝘽𝙤𝙤𝙢 𝙡𝙖𝙩𝙞𝙣𝙤𝙖𝙢𝙚𝙧𝙞𝙘𝙖𝙣𝙤
Vargas Llosa se erigió como un pilar del llamado 𝘉𝘰𝘰𝘮 𝘭𝘢𝘵𝘪𝘯𝘰𝘢𝘮𝘦𝘳𝘪𝘤𝘢𝘯𝘰, compartiendo escena con Gabriel García Márquez, Julio Cortázar y Carlos Fuentes. Sus colaboraciones y amistades literarias, especialmente con esos y otros escritores de ese grupo, influenciaron profundamente su obra. Como crítico literario, contribuyó analizando tanto la literatura latinoamericana como la mundial. La diversidad temática en su trabajo es notable, abarcando desde la política hasta el amor y el deseo. Su estilo se caracteriza por una narrativa fluida y un enfoque en la psicología de los personajes, influenciando a muchos escritores contemporáneos. Utilizó la técnica del llamado 𝘧𝘭𝘶𝘫𝘰 𝘥𝘦 𝘤𝘰𝘯𝘤𝘪𝘦𝘯𝘤𝘪𝘢 para profundizar en los pensamientos y emociones de sus personajes.
𝘍𝘭𝘶𝘫𝘰 𝘥𝘦 𝘤𝘰𝘯𝘤𝘪𝘦𝘯𝘤𝘪𝘢 es una técnica narrativa de escritura, muy utilizada por James Joyce, Virginia Woolf y Marcel Proust durante el siglo XX, que busca capturar la continua corriente de pensamientos y emociones que fluyen en la mente de un personaje, a diferencia de las narrativas convencionales, donde los sucesos y diálogos se presentan de manera estructurada; esta técnica sumerge al lector directamente en el torrente mental del personaje, brindando una perspectiva íntima y profunda de su mundo interior.
Vargas Llosa también autor de 𝘓𝘰𝘴 𝘤𝘶𝘢𝘥𝘦𝘳𝘯𝘰𝘴 𝘥𝘦 𝘋𝘰𝘯 𝘙𝘪𝘨𝘰𝘣𝘦𝘳𝘵𝘰, 𝘏𝘪𝘴𝘵𝘰𝘳𝘪𝘢 𝘥𝘦 𝘔𝘢𝘺𝘵𝘢 𝘺 ¿𝘘𝘶𝘪é𝘯 𝘮𝘢𝘵ó 𝘢 𝘗𝘢𝘭𝘰𝘮𝘪𝘯𝘰 𝘔𝘰𝘭𝘦𝘳𝘰?, ha sostenido una visión firme del rol del escritor en la sociedad, creyendo en el poder de la literatura para influir en ella. Su debate literario con García Márquez, que incluyó diferencias literarias y políticas —y también muy personales, como el famoso puñetazo en el ojo de su examigo colombiano en 1976—, es bien conocido. Sus ensayos y críticas literarias han aportado significativamente al campo de la teoría literaria. Además, su activismo político ha influido notablemente en su escritura.
Sus obras recientes continúan siendo bien recibidas por la crítica y el público, manteniéndolo como uno de los grandes narradores del siglo XX y XXI. Especialistas y académicos reflexionan sobre su aporte literario, asegurando que su legado continuará influenciando a futuras generaciones de escritores y lectores.
Además de su impacto en la literatura, Vargas Llosa también ha sido una voz influyente en el periodismo. Como columnista en 𝘌𝘭 𝘗𝘢í𝘴 —que como lo explicó, este 17 de diciembre tuvo su punto final con su última colaboración—, ha sido un crítico incisivo de la política y la sociedad. Su trabajo ha sido fundamental para el desarrollo del periodismo en América Latina. 𝘗𝘪𝘦𝘥𝘳𝘢 𝘥𝘦 𝘛𝘰𝘲𝘶𝘦, su columna, ha sido un espacio clave para sus reflexiones políticas y literarias.
Los expertos han analizado su trabajo periodístico, destacando su influencia en el periodismo. Defensor de la libertad de prensa y de expresión, Vargas Llosa ha impactado el debate público y la política a través de sus opiniones. Sus ensayos se caracterizan por su profundidad y riqueza de contenido.
En 𝘓𝘢 𝘤𝘪𝘷𝘪𝘭𝘪𝘻𝘢𝘤𝘪ó𝘯 𝘥𝘦𝘭 𝘦𝘴𝘱𝘦𝘤𝘵á𝘤𝘶𝘭𝘰, examina críticamente cómo la cultura contemporánea ha sido dominada por la predilección hacia el entretenimiento y el espectáculo, lo que ha resultado en una superficialidad generalizada y sostiene que este cambio ha llevado a la trivialización de las artes y la literatura, transformándolas en meros vehículos de diversión y alejándolas de su función educativa y crítica. A través de su análisis, expresa preocupación por cómo esta tendencia afecta negativamente el pensamiento crítico y la profundidad intelectual en la sociedad, cuestionando la calidad de la vida pública y el desarrollo moral y cultural colectivo.
En 𝘌𝘭 𝘱𝘦𝘻 𝘦𝘯 𝘦𝘭 𝘢𝘨𝘶𝘢, otro de sus logrados textos —una obra autobiográfica donde relata tanto su carrera literaria como su incursión en la política peruana, particularmente su campaña para la presidencia de Perú en 1990—, muestra la evolución de su pensamiento político a lo largo de los años y ofrece una mirada introspectiva y detallada a su vida personal y profesional, entrelazando recuerdos de su infancia y juventud con los desafíos y experiencias vividas durante su campaña política.
Su estilo periodístico ha sido objeto de análisis por parte de expertos, quienes también han resaltado la relación entre su literatura y su manera de ejercer el periodismo. Ha recibido reconocimientos por su labor e influencia significativa. Además, su tarea como editor y director de revistas ha sido crucial en la fundación y dirección de publicaciones importantes.
También Vargas Llosa ha participado activamente en debates culturales y sociales, manteniendo una relación estrecha con sus lectores en el periodismo. Su integridad periodística se basa en un compromiso con la verdad y la ética periodística, abordando una diversidad de temas desde política hasta literatura y sociedad.
“𝗟𝗮 𝗱𝗶𝗰𝘁𝗮𝗱𝘂𝗿𝗮 𝗽𝗲𝗿𝗳𝗲𝗰𝘁𝗮 𝗺𝗲𝘅𝗶𝗰𝗮𝗻𝗮” 𝘆 𝘀𝘂𝘀 𝗱𝗶𝗳𝗲𝗿𝗲𝗻𝗰𝗶𝗮𝘀 𝗰𝗼𝗻 𝗟ó𝗽𝗲𝘇 𝗢𝗯𝗿𝗮𝗱𝗼𝗿
En noviembre de 2012, Enrique Krauze revivió un episodio crucial en el análisis político de México, el cual ocurrió durante el 𝘌𝘯𝘤𝘶𝘦𝘯𝘵𝘳𝘰 𝘝𝘶𝘦𝘭𝘵𝘢: 𝘓𝘢 𝘦𝘹𝘱𝘦𝘳𝘪𝘦𝘯𝘤𝘪𝘢 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘭𝘪𝘣𝘦𝘳𝘵𝘢𝘥. En ese evento, destacados pensadores, incluyendo a Mario Vargas Llosa y Octavio Paz, discutieron la naturaleza del PRI y su impacto en la democracia mexicana.
Considerado uno de los más grandes intelectuales mexicanos del siglo XX —figura central en la literatura hispanoamericana y analista profundo de la identidad mexicana y latinoamericana, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1990, quien se hallaba en ese momento entre los espectadores—, Octavio Paz pidió intervenir para describir al PRI como un partido hegemónico, enraizado en la revolución mexicana y elogió su papel en la configuración de un México indígena y mestizo. Sin embargo, también criticó su excesiva influencia en la economía y alertó sobre su crisis inminente si no se democratizaba.
Veinte años atrás, Paz había expresado una visión más crítica del PRI, muy similar a la postura de Vargas Llosa. El intelectual mexicano había criticado su monopolio político y el riesgo de anarquía que ello implicaba. Su postura abogaba por la necesidad de una reforma democrática interna en el PRI, antes de la instauración de una democracia plena en México.
En contraste —reseñó Krauze—, Mario Vargas Llosa fue más crítico, acuñando la frase «México es la dictadura perfecta». Argumentó que —a diferencia de las dictaduras tradicionales latinoamericanas—, en México no se perpetuaba un hombre en el poder, sino un partido. Lo distintivo del PRI, según el escritor peruano, era su habilidad para incorporar a los intelectuales en su esquema, permitiendo una crítica controlada y financiando incluso a la oposición. Su declaración en el encuentro, que resaltaba la paradoja de una dictadura camuflada en una democracia, generó un gran impacto y controversia.
Krauze, en su artículo, no solo narró estos contrastes de opiniones entre los dos grandes intelectuales, sino que también puso en contexto la relevancia histórica y política de sus palabras. La crítica de Vargas Llosa al sistema político mexicano, aunque polémica, reflejaba una preocupación compartida por muchos sobre la naturaleza del PRI y su influencia en la democracia de México. Este episodio, como bien señaló Krauze, quedó en la memoria colectiva mexicana, ilustrando la complejidad y los desafíos de la política en el país.
Pero Vargas Llosa, no se estacionó en conjeturas coyunturales ni análisis temporales. Años más tarde —luego del arribo de Andrés Manuel López Obrador al gobierno, durante su visita a México en septiembre de 2021, al participar en la IV Bienal de Novela, que lleva su nombre—, expresó su preocupación por las prácticas del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, en particular en lo referente a sus interacciones con la prensa.
En el encuentro que reunió a 31 escritores iberoamericanos y se centró en el tema 𝘓𝘢 𝘭𝘪𝘵𝘦𝘳𝘢𝘵𝘶𝘳𝘢, ú𝘭𝘵𝘪𝘮𝘰 𝘳𝘦𝘧𝘶𝘨𝘪𝘰 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘭𝘪𝘣𝘦𝘳𝘵𝘢𝘥 —organizado por la Cátedra Vargas Llosa, la Universidad de Guadalajara y la Fundación Internacional para la Libertad, con apoyo de la Feria Internacional del Libro—, el Nobel criticó las conferencias matutinas del presidente mexicano, conocidas como «mañaneras», donde generalmente incluyen críticas hacia periodistas y “conservadores” y a sus enemigos políticos. El escritor argumentó que ese comportamiento no era el adecuado para un presidente y que tal actitud transgredía las funciones propias de su cargo.
Señaló también que esta conducta del gobierno mexicano, la cual había mantenido desde el arribo al poder de López Obrador en 2018, podría afectar negativamente la eficiencia del presidente, a quien describió además como “populista” y cuestionó sus políticas y su trato hacia la prensa.
La relación entre López Obrador y Vargas Llosa había estado marcada por un intercambio de críticas a lo largo de los años. Ya desde 2018 había advertido que su elección de como presidente de México sería un «suicidio democrático». Luego López Obrador señaló un incidente en Francia donde un grupo de intelectuales se opuso a la inclusión de Vargas Llosa en la Academia Francesa de la Lengua, citando sus posturas políticas cercanas a la extrema derecha. El presidente mexicano sugirió que esta oposición se debía a la pérdida de imaginación y talento por parte del escritor, reforzando su crítica hacia el papel de Vargas Llosa como un ideólogo “conservador” en América Latina.
En diciembre de 2021 López Obrador, expresó abiertamente su percepción de la supuesta «decadencia» de Mario Vargas Llosa, criticándolo por su apoyo a figuras de la derecha latinoamericana. En un tono de satisfacción, López Obrador desaprobó la participación del escritor durante en un seminario en Florida, donde dio un discurso sobre la situación política en América Latina. El presidente caracterizó este discurso como “falto de sustancia y plagado de lugares comunes”, sin ofrecer alternativas o soluciones viables.
En su momento, el apoyo de Vargas Llosa a políticos controversiales, como Keiko Fujimori en Perú —hija de Alberto Fujimori, su antiguo rival a la presidencia en 1990—, y José Antonio Kast en Chile, había sido un punto focal de las críticas hacia el escritor, por parte de López Obrador, quien había mostrado simpatía por figuras políticas de como Gabriel Boric, actual presidente de Chile. Del mismo modo había acusado a Vargas Llosa de participar en una «guerra sucia» contra el presidente peruano Pedro Castillo.
𝗟𝗶𝘁𝗲𝗿𝗮𝘁𝘂𝗿𝗮, 𝘃𝗶𝗱𝗮 𝗽𝗲𝗿𝘀𝗼𝗻𝗮𝗹 𝘆 𝗮𝗰𝘁𝗶𝘃𝗶𝘀𝗺𝗼 𝗽𝗼𝗹í𝘁𝗶𝗰𝗼
Su legado en el periodismo es innegable, y periodistas y escritores contemporáneos continúan viendo su trabajo como una fuente de inspiración. Se espera que su influencia perdure en futuras generaciones de periodistas. Expertos han ofrecido reflexiones finales sobre su impacto periodístico, reafirmando la relevancia perdurable de Mario Vargas Llosa en la literatura y el periodismo, donde ha dejado una huella permanente, asegurando su lugar como uno de los más destacados escritores y analistas de su tiempo.
En 2016, con motivo del 80º aniversario de Mario Vargas Llosa, el periodista Carlos Batalla, del diario peruano 𝘌𝘭 𝘊𝘰𝘮𝘦𝘳𝘤𝘪𝘰, realizó un detallado recuento de la vida del laureado escritor. Destacó que los ochenta años de Vargas Llosa reflejaban no sólo una vida marcada por una prolífica carrera literaria, sino también por un agudo pensamiento crítico y una participación activa y significativa en los eventos clave de su época.
La vida de Jorge Mario Pedro Vargas Llosa, más allá de la literatura, revela también un interés profundo en la política y el periodismo. Su autobiografía, 𝘌𝘭 𝘱𝘦𝘻 𝘦𝘯 𝘦𝘭 𝘢𝘨𝘶𝘢, nos sumerge en su niñez en Arequipa, Cochabamba y Piura, y su temprana incursión en el periodismo, da cuenta de las experiencias que marcaron los cimientos de su carrera literaria.
Sus primeros pasos en el escenario literario, preludio de una vida dedicada a la escritura, se dieron con 𝘓𝘢 𝘩𝘶𝘪𝘥𝘢 𝘥𝘦𝘭 𝘐𝘯𝘤𝘢, una obra teatral, en 1952. Luego, su educación en Letras y Derecho en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos amplió su horizonte intelectual, llevándolo a editar revistas y escribir cuentos y relatos. Fue la beca Javier Prado la que lo llevó a Madrid, donde completó su doctorado, un hito crucial en su carrera; sin embargo, su estadía en París enriqueció su vocación literaria y lo conectó con otros escritores latinoamericanos.
Posteriormente, su vínculo con la revolución cubana y su papel en la Casa de las Américas reflejaron su compromiso político y su búsqueda de un socialismo humano, hoy muy en boga entre las nuevas generaciones. Obras como 𝘓𝘢 𝘤𝘪𝘶𝘥𝘢𝘥 𝘺 𝘭𝘰𝘴 𝘱𝘦𝘳𝘳𝘰𝘴 y 𝘓𝘢 𝘤𝘢𝘴𝘢 𝘷𝘦𝘳𝘥𝘦 consolidaron su fama. Empero, su desilusión con la revolución cubana marcó un cambio en su pensamiento. La década de los 70 vio nacer a 𝘗𝘢𝘯𝘵𝘢𝘭𝘦ó𝘯 𝘺 𝘭𝘢𝘴 𝘷𝘪𝘴𝘪𝘵𝘢𝘥𝘰𝘳𝘢𝘴, una muestra de su habilidad para mezclar sátira y crítica social. Además, exploró otros medios como el cine y la docencia.
Fue en Londres donde más tarde Vargas Llosa encontró un santuario para la escritura y la enseñanza, alejándose de los tumultos políticos, pero a pesar de sus éxitos literarios, se enfrentó a la necesidad de realizar trabajos adicionales para subsistir, demostrando su versatilidad. Al tiempo, su incorporación en la Academia Peruana de la Lengua y su elección como presidente del PEN Club Internacional destacaron su influencia en el mundo literario.
Su novela 𝘓𝘢 𝘵í𝘢 𝘑𝘶𝘭𝘪𝘢 𝘺 𝘦𝘭 𝘦𝘴𝘤𝘳𝘪𝘣𝘪𝘥𝘰𝘳 es un ejemplo de cómo su vida personal influyó en su obra. Para él, los años 80 fueron un período de transición, marcado por obras teatrales, novelas y su incursión en la televisión —destaca 𝘓𝘢 𝘨𝘶𝘦𝘳𝘳𝘢 𝘥𝘦𝘭 𝘧𝘪𝘯 𝘥𝘦𝘭 𝘮𝘶𝘯𝘥𝘰—, además, su participación en la investigación del trágico caso Uchuraccay, como presidente de la comisión investigadora para esclarecer los hechos.
El Caso Uchuraccay es un capítulo sombrío en la historia del Perú que destaca la complejidad y el dolor del conflicto armado que azotó al país en los años ochenta. El 26 de enero de 1983, en ese aislado pueblo andino, ubicado en la región de Ayacucho, se produjo el asesinato de ocho periodistas peruanos, un guía y un traductor. Estos profesionales de la comunicación se dirigían a informar sobre las operaciones del gobierno contra el grupo insurgente Sendero Luminoso, una organización terrorista que había intensificado sus acciones violentas en esa área.
La tragedia de Uchuraccay reveló la profunda crisis que vivía el Perú, un país marcado por el miedo y la incertidumbre en medio de un conflicto armado interno. Los detalles de lo ocurrido ese día en Uchuraccay, hasta hoy siguen siendo motivo de debate y análisis, pero la versión más aceptada indica que los habitantes del pueblo, confundidos y aterrorizados por la constante amenaza de Sendero Luminoso, y sin medios para distinguir entre amigos y enemigos, confundieron a los periodistas con miembros de este grupo terrorista y les atacaron, llevando a su fatal desenlace.
Este incidente conmovió profundamente a la sociedad peruana y al mundo entero, subrayando la necesidad de entender y abordar las raíces y las consecuencias del conflicto. En respuesta a la indignación pública y la demanda de justicia, el entonces presidente Fernando Belaúnde Terry estableció una comisión investigadora para esclarecer los hechos, y puso al frente a Mario Vargas Llosa, en un gesto que buscaba aportar transparencia y seriedad al proceso.
Su participación fue notable, ya que no solo aportó su prestigio y su capacidad analítica, sino que también brindó un enfoque humanístico a la investigación. El documento final, conocido como 𝘐𝘯𝘧𝘰𝘳𝘮𝘦 𝘝𝘢𝘳𝘨𝘢𝘴 𝘓𝘭𝘰𝘴𝘢, concluyó que los asesinatos fueron el resultado de un trágico malentendido por parte de los habitantes de Uchuraccay, quienes actuaron bajo una percepción de autodefensa, ante lo que creían era una inminente amenaza.
Sin embargo, el informe y sus conclusiones no estuvieron exentos de críticas y controversias. Algunos sectores argumentaron que la investigación no profundizó suficientemente en las dinámicas de poder, las influencias externas y el contexto más amplio del conflicto armado en el Perú. Este suceso marcó no solo la historia peruana, sino también la vida de Mario Vargas Llosa, quien se involucró directamente en uno de los episodios más dolorosos y complejos de su país.
Posteriormente, en 1987, durante el primer gobierno de Alan García, tuvo lugar la estatización de la banca en Perú, un proceso controvertido que generó una amplia oposición. Mario Vargas Llosa fue uno de los críticos más radicales de esta medida. Pero su activismo político no eclipsó su producción literaria. 𝘌𝘭𝘰𝘨𝘪𝘰 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘔𝘢𝘥𝘳𝘢𝘴𝘵𝘳𝘢, una de sus novelas más conocidas fue publicada en 1988. Esta obra —que exploraba temas de erotismo y moralidad—, se convirtió en un gran éxito y es emblemática de su fase creativa durante este período.
𝗦𝘂 𝗳𝗮𝗹𝗹𝗶𝗱𝗮 𝗯ú𝘀𝗾𝘂𝗲𝗱𝗮 𝗽𝗼𝗿 𝗹𝗮 𝗽𝗿𝗲𝘀𝗶𝗱𝗲𝗻𝗰𝗶𝗮 𝗱𝗲 𝗣𝗲𝗿ú 𝘆 𝘀𝘂𝘀 𝗴𝗿𝗮𝗻𝗱𝗲𝘀 𝗽𝗿𝗲𝗺𝗶𝗼𝘀 𝗹𝗶𝘁𝗲𝗿𝗮𝗿𝗶𝗼𝘀
En 1990, Vargas Llosa se lanzó al ruedo político como candidato a la presidencia de su país, una decisión que sorprendió tanto a sus seguidores literarios, como al espectro político peruano; lideró el Frente Democrático (Fredemo), una coalición de partidos de centro y derecha. Su campaña presidencial se basó en un programa de reformas liberales, enfocado en la estabilización económica y la promoción de la democracia.
Su postura contra la inflación galopante y su visión de un Perú más integrado en el mercado global, resonaron en una parte considerable de la población, pero su propuesta de medidas de austeridad económica y su estilo directo y a veces percibido como elitista, generaron resistencias en varios sectores de la sociedad.
Además, la creciente preocupación por la seguridad debido a la violencia de Sendero Luminoso y el MRTA (Movimiento Revolucionario Túpac Amaru) complicó su escenario político.
En un giro inesperado, perdió las elecciones frente a Alberto Fujimori, del partido Cambio 90, un candidato relativamente desconocido en ese momento, que logró captar el apoyo de los sectores populares y presentarse como una alternativa a las élites tradicionales. Vargas Llosa, inicialmente obtuvo el 32.61 por ciento de los votos en la primera vuelta, celebrada el 8 de abril de 1990, lo que se tradujo en un total de 2 millones 171 mil 957 votos. Su principal rival, obtuvo el 29.09 por ciento, equivalentes a 1 millón 937 mil 186 votos en la misma ronda.
En la segunda vuelta, realizada el 10 de junio, Fujimori obtuvo una victoria decisiva con el 62.50 por ciento de los votos, que representaron 4 millones 522 mil 563 sufragios. Por su parte, Vargas Llosa logró el 37.19 por ciento, equivalentes a 2 millones 713 mil 442 votos. Estos resultados marcaron el fin de su carrera política activa y se reenfocó en su carrera literaria y su rol como crítico social y político. No obstante, la experiencia electoral le proporcionó una perspectiva única sobre la realidad política y social de su país, que continuaría explorando en sus novelas, ensayos y columnas periodísticas.
Los años 90 reafirmaron su estatus como un escritor y ensayista de talla mundial, con obras notables como 𝘓𝘪𝘵𝘶𝘮𝘢 𝘦𝘯 𝘭𝘰𝘴 𝘈𝘯𝘥𝘦𝘴, donde explora temas complejos en el contexto de los Andes peruanos. La historia se centra en el personaje de Lituma, un sargento de la Guardia Civil, quien, junto a su adjunto Tomás, es enviado a un remoto pueblo andino para investigar una serie de misteriosas desapariciones. A medida que la trama se desarrolla, Vargas Llosa entrelaza hábilmente las creencias y mitos locales con la dura realidad política y social de Perú, especialmente la violencia y el terror del conflicto entre el gobierno y los movimientos insurgentes, como Sendero Luminoso.
𝗗𝗲 𝙇𝙖 𝙛𝙞𝙚𝙨𝙩𝙖 𝙙𝙚𝙡 𝘾𝙝𝙞𝙫𝙤 𝗮 𝙇𝙚 𝙙𝙚𝙙𝙞𝙘𝙤 𝙢𝙞 𝙨𝙞𝙡𝙚𝙣𝙘𝙞𝙤
Esa época también estuvo marcada por el reconocimiento internacional, incluyendo la obtención de la nacionalidad española y del Premio Cervantes, uno de las más prestigiosas distinciones en el ámbito de la literatura en lengua española, en 1994. 𝘓𝘢 𝘍𝘪𝘦𝘴𝘵𝘢 𝘥𝘦𝘭 𝘊𝘩𝘪𝘷𝘰, una de las novelas más destacadas de Mario Vargas Llosa, fue escrita y publicada en el año 2000. Esta obra, que examina la vida y el régimen dictatorial de Rafael Leónidas Trujillo —quien gobernó la República Dominicana con mano de hierro desde 1930 hasta su asesinato en 1961—, no solo fue aclamada por la crítica, sino que también alcanzó gran popularidad, adaptándose al cine y teatro.
El Premio Nobel de Literatura 2010 fue el clímax de su carrera, un reconocimiento a su contribución a la literatura mundial. Incluso después del galardón, Vargas Llosa siguió escribiendo y publicando, manteniéndose como una figura influyente. Posteriormente publicó 𝘌𝘭 𝘩é𝘳𝘰𝘦 𝘥𝘪𝘴𝘤𝘳𝘦𝘵𝘰 (2013), novela que narra la historia de dos empresarios peruanos y sus enfrentamientos con el mundo del crimen y la corrupción; 𝘊𝘪𝘯𝘤𝘰 𝘦𝘴𝘲𝘶𝘪𝘯𝘢𝘴 (2016), un thriller que se sumerge en la sociedad peruana durante los últimos meses de la dictadura de Fujimori y Montesinos, con un enfoque especial en el periodismo y su papel en la política, y 𝘛𝘪𝘦𝘮𝘱𝘰𝘴 𝘳𝘦𝘤𝘪𝘰𝘴 (2019), novela en la que aborda acontecimientos históricos en Guatemala durante la Guerra Fría, entrelazando ficción e historia para explorar temas de poder y conspiración.
La más reciente novela de Vargas Llosa 𝘓𝘦 𝘥𝘦𝘥𝘪𝘤𝘰 𝘮𝘪 𝘴𝘪𝘭𝘦𝘯𝘤𝘪𝘰, editada por Alfaguara, fue publicada en octubre de este año y está ambientada en el Perú de principios de los noventa. Mezcla ficción y ensayo, aborda la utopía cultural con la música peruana como núcleo y pretexto. Dedicada a su exesposa Patricia Llosa —con quien desde principios de este año las revistas del corazón españolas lo ligan sentimentalmente de nuevo, luego de haber puesto punto final a su relación de ocho años con la socialité Isabel Preysler, la cual relación atrajo considerable atención mediática y pública—, la obra aborda la ofensiva terrorista de Sendero Luminoso, y cuenta la historia de un hombre obsesionado con la idea de unir al país a través de la música, y su locura por escribir un libro perfecto que relatará su visión.
𝗦𝘂 𝗮𝗱𝗶ó𝘀 𝗮 𝙀𝙡 𝙋𝙖í𝙨
El anuncio de que, tras 33 años, publicaría el pasado domingo 17 de diciembre su última columna 𝘗𝘪𝘦𝘥𝘳𝘢 𝘥𝘦 𝘛𝘰𝘲𝘶𝘦 en 𝘌𝘭 𝘗𝘢í𝘴 —que comenzó en 1990 con el título 𝘌𝘭𝘰𝘨𝘪𝘰 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘋𝘢𝘮𝘢 𝘥𝘦 𝘏𝘪𝘦𝘳𝘳𝘰, dedicada a la premier británica Margaret Thatcher, con quien conversó en varias ocasiones—, lo hizo su hijo Álvaro Vargas Llosa, a través de twitter.
De hecho, su leída colaboración periodística sobre el acontecer humano, que reflexiona desde el punto de vista de un escritor, dio inicio el 25 de julio de 1977 en su natal Perú y desde 1997 también se publicó quincenalmente en la revista 𝘊𝘢𝘳𝘦𝘵𝘢𝘴, y en más de 20 diarios y revistas de diferentes partes del mundo.
Actualmente, Vargas Llosa trabaja en un ensayo sobre Jean-Paul Sartre, su mentor durante su juventud, texto que considera el proyecto final de su creatividad, aunque se debe señalar que el Nóbel peruano también se había despedido del mundo literario en su último libro 𝘓𝘦 𝘥𝘦𝘥𝘪𝘤𝘰 𝘮𝘪 𝘴𝘪𝘭𝘦𝘯𝘤𝘪𝘰, que incluye un breve mensaje al final.
Más allá de lo que para muchos puede significar el cierre de este ciclo en el quehacer periodístico de Vargas Llosa, su última columna no debe interpretarse únicamente como el fin de una etapa, sino analizarse como un texto que es un compendio de sabiduría para quienes nos dedicamos al periodismo; un legado de integridad y compromiso con la verdad.
Él usó su espacio como una herramienta para examinar la pureza de ideas y hechos, un enfoque que, sin duda, distingue a los grandes periodistas, porque trascendió el mero comentario y se convirtió en un espacio donde realidad y percepción se analizaban críticamente, y ofrecen una visión más profunda de los hechos a través de sus opiniones, sobre las cuales Vargas Llosa ha sido muy cuidadoso. Esta diferenciación es esencial en el periodismo ético; la habilidad de separarlos constituye la esencia de la credibilidad periodística.
Él mismo reconoce en su texto la dificultad de discernir entre realidad y ficción en la prensa antes del surgimiento de 𝘌𝘭 𝘗𝘢í𝘴, cuyo modelo periodístico se convirtió en un referente durante las transiciones democráticas en el mundo hispanoparlante, marcando un hito en la historia del periodismo, y agradece que, a pesar de posibles divergencias con su línea editorial —contraste marcado con la claridad y profundidad que él mismo aportó a sus columnas—, respetaron siempre su libertad de expresión, un testimonio que es ejemplo de su compromiso con el pluralismo y subraya la importancia de presentar la verdad sin adornos, permitiéndole al lector formar su propio juicio.
Vargas Llosa define al periodista de talento, como aquel que se dedica a la búsqueda incesante de la verdad, más allá de manipulaciones y mentiras y destaca la importante diferencia entre los roles de reporteros —𝘳𝘦𝘥𝘢𝘤𝘵𝘰𝘳𝘦𝘴 les llama él— y columnistas en el periodismo. Mientras los reporteros se centran en reportar las noticias de manera directa y objetiva —basándose en hechos y acontecimientos actuales—, los columnistas tienen la tarea de expresar sus opiniones y perspectivas personales.
Señala, no obstante, que ser columnista implica una gran responsabilidad: no sólo se trata de gozar de la libertad para expresar sus propias ideas y creencias, sino también de ser consciente del efecto que estas opiniones pueden tener en los lectores. Un columnista debe equilibrar su libertad de expresión con la responsabilidad de considerar cómo sus palabras podrían influir o impactar en la sociedad —dice.
Asimismo, en su despedida reconoce que a lo largo de su carrera, mantuvo un firme compromiso con su verdad, incluso frente a errores o cambios en su pensamiento y admite las dificultades inherentes a esta tarea, al destacar que el riesgo de error es parte del compromiso con la autenticidad e insta a las nuevas generaciones a defender su verdad con integridad y valentía, principios fundamentales en el periodismo, en el entendido que la credibilidad se mantiene, al reconocer discrepancias entre las verdades promovidas y los hechos reales.
Vargas Llosa ha sido un referente indispensable, y con sus textos literarios y periodísticos ha influenciado —me incluyo obviamente entre ellos—, a generaciones enteras de reporteros, escritores y lectores.
Personalmente, siento que ayer domingo tristemente se cerró el ciclo de un personaje que —en su intrínseca calidad de privilegiado escritor como lo son el propio Sergio Ramírez y lo fue alguna vez mi admirado Marco Aurelio Carballo, un literato chiapaneco ya desparecido—, a través de sus escritos y de sus libros, llegan a formar parte integral de nuestras vidas como periodistas o como lectores; una despedida que, aunque inevitable —como sabiamente refiere la frase coloquial o hasta superficial, de tan manida—, deja un vacío difícil de llenar.
Sé perfectamente que, en el mundo periodístico, las oportunidades a menudo también vienen disfrazadas de pruebas de resistencia. Aquel desayuno con Vargas Llosa en Managua, hace casi 40 años, que nunca llegó a realizarse, se quedó en el tintero o, tal vez, en el limbo —lo cual al final puede significar lo mismo.
Sin embargo, esa anécdota hoy sigue siendo para mí una fuente de inspiración y un recordatorio personal de que las historias más fascinantes a veces están a sólo un encuentro de distancia o en el batir de las alas de una mariposa. Hay que estar conscientes de que —como propuso el sabio meteorólogo Edward Lorenz—, su delicado aleteo, a veces puede desencadenar cambios inconmensurables. (19 𝗱𝗲 𝗱𝗶𝗰𝗶𝗲𝗺𝗯𝗿𝗲 2023)