
Tras mi artículo publicado en la agencia Quadratín y compartido en Facebook y el portal Línea Política sobre el caso de Carlota «N», las redes me han devuelto un eco tangible a través de los comentarios. La mayoría —gracias a la lucidez de quienes aún leen para entender y no para hostilizar—, captó el fondo de mi análisis periodístico. Pero hay otros —los menos, por fortuna—, que, alucinados por su militancia, pertenencia política o su fe ciega en siglas de una izquierda retardataria, me acusan de “partidista”, de “anti Morena” o de “anti 4T”. Como si señalar la ineptitud fuera un delito. Como si la verdad tuviera que pedir permiso a sus prejuicios partidarios.
A ellos, y a quienes me leen, les digo: mi postura no es un panfleto ni una defensa de los actores de un hecho que pudo evitarse y que desencadenó en la muerte de 2 personas y heridas a otra más. Es sólo un diagnóstico. Juzgo a los gobiernos por sus resultados, no por sus promesas. Y lo primero que analizo es la seguridad, ese pilar básico del Estado que, cuando falla, nos deja a todos huérfanos de ley. Luego vienen el bienestar, el progreso, la justicia tangible. No las dádivas electoreras ni los discursos de victimización eterna.
Me replican algunos: “Morena no ha tenido tiempo de limpiar el desastre de 70 años de prianismo”. ¿En serio? Llevan casi siete años en el poder nacional y más de tres décadas en la CDMX, esa capital que se ahoga en récords de violencia mientras se desmorona en la miseria cotidiana. Y siete años no son cualquier período; son un ciclo completo para mostrar los resultados, que, si por asomo existen, no alcanzan siquiera el nivel de mediocre. Y no los hay, no por falta de tiempo, sino de capacidad. O de ganas.
No soy un cruzado contra la 4T ni contra nadie. Soy un periodista que cree que la democracia, y si ésta no brinda seguridad ni prosperidad, es un cascarón vacío, por más que lo rellenen de billetes clientelares. Y por eso pregunto: ¿para qué quieren el poder si no saben usarlo? ¿Para seguir lloriqueando por el pasado, culpando al “prian” de sus tropiezos mientras repiten los mismos pecados —o peores— con un cinismo que ya ni siquiera disimulan?
No me meto con las preferencias de nadie. Cada quien vota con el corazón o con el estómago, y está en su derecho. Pero cerrar los ojos ante la ineptitud, el latrocinio y la farsa de los “nuevos” que juraron redimirnos, es un lujo que México ya no se puede dar. Si por señalarlo me tildan de “anti 4T”, allá ellos con sus etiquetas, pero se equivocan de cabo a rabo. No estoy contra un proyecto; no soy “anti 4T”, más bien soy anti estúpidos y anti farsantes, vengan del partido que vengan y sean del color que sean.
Y así llegamos a Carlota “N”. Su caso no es un melodrama aislado; es el retrato crudo de un país donde la justicia se pudre en la omisión.
Miles de mexicanos, día tras día, acuden a las autoridades con el alma en la mano a presentar quejas por invasiones y despojos de su patrimonio —departamentos, casas, parcelas, ranchos, huertas, lo que con sudor construyeron—, y se enfrentan con el mismo muro de silencio, con la misma indiferencia que carcome.
Miles, insisto, claman justicia por lo que les arrebatan, y no obtienen respuesta, ni un atisbo de solución a sus demandas legítimas. Es esa desidia, ese abandono institucional, es el que incuba tragedias como la de Carlota «N», porque cuando el Estado se cruza de brazos, la desesperación toma las riendas y el caos se sienta a la mesa. Fue, estoy seguro, ese mismo abandono que la llevó a empuñar un arma. Ella disparó, sí, y la ley la deberá juzgar por eso.
No obstante, en ese expediente, como ya lo he dicho, en letras mayúsculas, debería leerse también que el Estado disparó primero —y este fue un tiro silencioso, cobarde, por omisión—. Porque cuando el gobierno no protege, cuando la ley es una entelequia, la gente se cansa. Y Carlota “N”, como dicen coloquialmente, “ya estaba hasta la madre”. Los videos están ahí: dos muertos, un herido, una tragedia que no empezó con ella, sino con un sistema que todo apunta a que la dejó sola.
Unos la llaman “asesina despiadada”; otros, “justiciera valiente”. Reitero, sólo es semántica, retórica, palabras que danzan alrededor de los hechos. Pero mi texto no juega a los adjetivos.
Carlota sí fue la mano que apretó el gatillo, pero el Estado es el cómplice que cargó la pistola. Su omisión es el verdadero crimen, uno que no prescribe ni se borra con discursos. Y mientras no lo enfrentemos, mientras el gobierno sea un cobarde pintado del color partidario que sea, seguiremos contando muertos, sumando culpables y esgrimiendo muchas excusas. Todo, menos soluciones.